Publicado el 24/03/2021
9 minutos
A 45 años del golpe genocida que desapareció y asesinó a 30.000 compañeras y compañeros, seguimos reafirmando la Memoria, la Verdad y la Justicia. La dictadura cívico militar fue instaurada en Argentina a partir del 24 de marzo de 1976, bajo las órdenes del Plan Cóndor financiado por Estados Unidos, cuyo objetivo era detener el avance del socialismo en América latina en plena Guerra Fría. Según los datos obtenidos por la CONADEP, aproximadamente un 33 % de las víctimas del terrorismo de Estado fueron mujeres, la violencia sistemática ejercida contra ellas en los centros clandestinos de detención incluyó crímenes sexuales y torturas específicas.
Tanto en Argentina como en otros países de América latina, este plan sistemático implicó vigilancias, secuestros, interrogatorios con distintos tipos de torturas y asesinatos de personas consideradas por estas dictaduras militares como “subversivas del orden”, pertenecientes a movimientos de la izquierda política, del peronismo, del sindicalismo, agrupaciones estudiantiles, docentes, periodistas o artistas.
Fue terrorismo de Estado porque se utilizó el terror como forma de disciplinamiento social para garantizar el triunfo del sistema capitalista, que como ya sabemos, es un sistema patriarcal. A comienzos de los años 70, la segunda ola del feminismo estaba cobrando fuerza en Argentina. Se estaba dando un cuestionamiento a los estereotipos de género, y se veía la realización personal de la mujer no desde la maternidad, sino desde la posibilidad de tener un trabajo remunerado, para lo cual era necesario luchar por un salario justo. También se cuestionaba al matrimonio como mandato y la condición de ser ama de casa. Muchas mujeres se reunían en grupos a debatir, reflexionar y pensar acerca del control sobre sus cuerpos por parte de la sociedad machista. Al mismo tiempo, muchas mujeres militaban dentro de los movimientos políticos que luchaban contra la derecha representada por los militares en el poder.
Estas mujeres fueron perseguidas, secuestradas y torturadas de formas muy específicas. Teniendo en cuenta que los represores eran todos varones, las torturas implicaban abusos sexuales y psicológicos. Como plantea Andrea D’Atri:
La política ideológica que tuvo la dictadura militar hacia las mujeres se centraba en la exacerbación de los roles estereotipados de género existentes en la sociedad capitalista patriarcal: se exaltaron las funciones reproductivas y domésticas, relegando a las mujeres al espacio privado, pero otorgándoles supremacía en tanto garantes de la unidad familiar, como “célula básica de la sociedad”. La dictadura, también, exacerbó el modelo dicotómico de “virgen o prostituta”, resignificado en la oposición del modelo mariano representado en la Virgen de Luján contra el de la subversiva que transgredía la supuesta esencia femenina”. Es decir que la mujer que no estaba en su casa, y luchaba por sus derechos contra la opresión del orden heteropatriarcal, era mala madre o madre abandónica si tenía hijxs, y principalmente era considerada como una puta. Para el terrorismo de Estado esas mujeres eran doblemente transgresoras y altamente peligrosas, porque transgredían los valores sociales tradicionalmente constituidos en el ámbito de lo privado, de lo doméstico, y avanzaban sobre el espacio público y político reservado exclusivamente a los hombres.
Se estima que 490 personas nacieron en cautiverio entre 1976 y 1983. Puede pensarse, porque es difícil de comprobar, que muchas detenidas tuvieron abortos inducidos por la tortura. Aquellas mujeres que estaban embarazadas también eran violadas y tuvieron a sus hijxs en pésimas condiciones higiénicas, sufriendo el dolor, algunas veces con la supervisión de un médico, otras veces con la ayuda de otras mujeres que también estaban secuestradas, una vez que parían las hacían limpiar el lugar; en muchos casos el parto era inducido alrededor de los siete meses de embarazo, practicado generalmente por cesárea. A los pocos días les quitaban a sus bebés convenciéndolas que iban a llevarlxs con sus familias, pero claramente no era así. La apropiación de bebés mediante adopciones ilegales fue parte de la práctica sistemática del llamado “Proceso de reorganización nacional”, con el objetivo de quitarles la identidad para evitar lo que ellos consideraban como desviaciones ideológicas si volvían con sus familias biológicas.
Es a partir de la lucha de las Madres de Plaza de Mayo cuando se empieza a dar a conocer la desaparición de personas en nuestro país y la violación de los derechos humanos. La asociación Abuelas de Plaza de Mayo, fundada en 1977, tiene como finalidad localizar y restituir a sus legítimas familias a todxs lxs hijxs de desaparecidxs durante la dictadura. Hasta el momento son 130 lxs nietxs recuperadxs que pudieron conocer la historia de sus madres y padres, y cómo fue que sus madres dieron a luz en los centros clandestinos de detención que estuvieron.
Para saber qué ocurrió con lxs desaparecidxs y poder llevar a cabo la investigación y los Juicios a las Juntas, fue clave el testimonio de sobrevivientes, de las cuales muchas son mujeres. El libro “Putas y guerrilleras”, escrito por Olga Wornat, militante en Montoneros La Plata en los años 70, que tuvo la suerte de no ser secuestrada, y Miriam Lewin, sobreviviente de los campos de concentración. En su prólogo, Miriam cuenta lo que significó para ella ser sobreviviente y poder dar testimonio, pero también lo que significó el peso de la condena social: “y vos, ¿por qué te salvaste?”. Esa frase la escuchó de la boca de quienes se alegraban por su reaparición, como de los familiares de desaparecidxs que escuchaban su testimonio contando cómo lxs torturaron y asesinaron:
Fuera del campo, los sobrevivientes fueron sometidos a cuestionarios y cuestionamientos. Pero las mujeres sufrimos un estigma doble. Si estábamos vivas era porque habíamos delatado y además nos habíamos acostado con los represores. Éramos putas y además traidoras.
Ella misma se preguntó mucho tiempo por qué se salvó, nunca encontró la respuesta. En el mismo prólogo Miriam cuenta cuando Mirtha Legrand en su clásico programa le preguntó si era verdad que había salido con el Tigra Acosta, el jefe del centro de detención de la Escuela Mecánica de la Armada, le respondió que ella y otras mujeres eran obligadas a salir a cenar con él y con otros represores, sin derecho a negarse, no sabían si su destino era un restaurant o el fusilamiento, el daño psicológico era muy fuerte, a algunas les habían asesinado a su marido hace días. En el momento Miriam no supo desarticular la pregunta de la “diva de los almuerzos”, le hubiera respondido “No, no me acosté con el Tigre Acosta, pero si lo hubiera hecho para salvar mi vida ¿qué? ¿Quién podría juzgarme? Es que el peso de la condena social siempre estuvo presente, porque nadie se cuestionaba una violación o se pensaba en “¿cómo no se resistió?” o “seguro lo provocó ella”.
Históricamente el sistema judicial patriarcal de nuestro país le da poca importancia a la investigación de los delitos sexuales, ni más ni menos hasta hace muy poco tiempo los femicidios eran considerados como “crímenes pasionales”. Lo mismo sucede con los casos de violencia específica contra las mujeres en los centros clandestinos de detención, los delitos sexuales quedaron en un segundo plano frente a la dimensión tan amplia del plan sistemático de desaparición y exterminio. El libro “Putas y guerrilleras” cuenta que en el Juicio a las Juntas en 1985, Elena Alfaro, sobreviviente del centro clandestino de detención El Vesubio, denunció que en las duchas las secuestradas eran colocadas en filas, desnudadas y vejadas por los guardias. Ser violadas ahí era muy frecuente. Nombró a las mujeres que fueron violadas por el represor Durán Sánchez, luego de eso, el juez Jorge Valerga Aráoz le preguntó “¿Pudo notar la presencia de alguna persona extranjera en el lugar?”, después de escuchar la denuncia de crímenes sexuales hecho por distintos represores a las mujeres secuestradas, incluida la propia declarante, el juez como si nada cambió de tema porque no eran esos crímenes los que priorizaba.
Aunque desde el año 2000 la Corte Penal Internacional incluye dentro de la definición de “lesa humanidad” a “toda violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales de gravedad comparable cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque”, en la Argentina esta perspectiva se incorporó recién en 2010 y tan solo en ocho juicios se incluyó como parte de la tortura, la violencia específica hacia las mujeres. Ante ese estereotipo que se instauró en la sociedad sobre las mujeres militantes durante los años 70, y que por eso se las llamaba putas y guerrilleras, era muy difícil para las sobrevivientes contar lo que habían visto y por lo que ellas mismas habían pasado, tratando de vencer la culpa y la vergüenza.
Desnudas, encapuchadas, eran sometidas a la picana eléctrica por su interrogador para sacarle la información que necesitaba. Las violaciones eran reiteradas y muchas veces eran hechas por más de un represor, desde la desnudez forzada hasta la colocación de elementos en sus vaginas. También hubo mujeres que fueron secuestradas junto a sus hijxs, como el caso de Violeta, secuestrada con su hijo Pablo de 13 años al que obligaban a ver cómo su madre era sometida a las violaciones. En el juicio a las Juntas, el sobreviviente Hugo Luciani contó que “un guardia se hacía chupar el pene por la pobre de Violeta y que el hijo tenía que estar mirando eso… eso es cruel”. Esta y otras desgarradoras historias son relatadas en el libro, donde las autoras sostienen que el terrorismo sexual es un arma de guerra con distintas funciones:
En principio, el perpetrador le está diciendo a la mujer víctima: “yo te castigo por haberte rebelado. Te someto, poseo tu cuerpo como y cuando quiero. Te vencí, sos mía.”
El otro destinatario, sea testigo ocular o no, es el varón enemigo a vencer y humillar: “Me apropio de tu hembra, de tu compañera. Mirá como la penetro y la someto. Te denigro, porque no tenés ninguna posibilidad de defenderla y salvarla”.
La expectativa que tiene la sociedad machista ante las violaciones a las mujeres, es que la mujer tiene que defender sus genitales como sea, debe resistirse al ataque sexual aunque en esa resistencia se le vaya la vida. Algunos testimonios dan cuenta de eso “se resistió a tener relaciones sexuales con el represor y por eso la mataron”. Y ahí viene entonces el estigma a las mujeres que sobrevivieron, la sociedad las condenaba por no haber hecho lo posible para no ser violadas.
Gracias a la fuerza de la lucha feminista en nuestra sociedad, con mucha presencia de las nuevas generaciones, se reflexiona y se habla mucho más acerca de esos delitos sexuales cometidos en la dictadura, y lamentablemente en la actualidad, ya que las fuerzas del Estado siguen cometiendo estos delitos o los deja impunes… la canción “Un violador en tu camino” hecha por militantes feministas chilenas en 2019 muestran eso: “El patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer, y nuestro castigo es la violencia que ya ves (…) El Estado opresor es un macho violador”. Al mismo tiempo, esta fuerza feminista que nos impulsa a luchar en contra de este sistema patriarcal ayuda a las sobrevivientes a salirse de ese estigma social y como dice Miriam Lewin “podemos llevar la frente bien alto”.
Memoria, verdad y justicia por lxs 30.000 compañerxs desaparecidxs, y por todas las mujeres que fueron víctimas del terrorismo de Estado, seguimos diciendo NUNCA MÁS.