Publicado el 31/10/2020
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Aprovechamos la fecha de festejo yankee "Halloween", "noche de brujas" para entender un poco un tema poco investigado con perspectiva de género cuando la mujer es el principal objeto de estudio... La imagen de las brujas que la cultura occidental nos impuso son mujeres malvadas, en extremo feas, asesinas, que hacen pactos con el demonio y que por eso merecían ser quemadas en la hoguera. Lo cierto es que hoy en día identificarse con el arquetipo de la bruja es todo un símbolo del feminismo, ya que nos hace entender la verdadera historia de femicidios, cometido durante tres siglos contra las mujeres que se resistieron al poder de la Iglesia y del Estado, y que configuró las mentalidades de la sociedad burguesa, impuestas por el capitalismo heteropatriarcal que nos oprime.
¿Cuántas películas, series de televisión o cuentos de brujas conocemos? Podemos hacer una gran lista de películas que hemos consumido y que configuraron la imagen de bruja. Empiezo pensando en nuestra infancia yendo al videoclub con nuestrxs viejxs cuando nos alquilaban películas de Disney: Blancanieves y los siete enanitos, Cenicienta, La Bella Durmiente o La Sirenita, donde la figura de las brujas siempre era de mujeres malvadas que se ponían en contra de las doncellas, las envenenaban o les hacían conjuros ¿La lucha entre mujeres por el príncipe azul? En Hansel y Gretel, un cuento de 1812, la bruja asesinaba niños metiéndolos en el horno para comérselos, era una mujer infanticida.
Podemos seguir contando películas como La maldición de las brujas, que veíamos en la tele de aire los domingos por la tarde, es una convención de brujas horribles, crueles, que conspiraban para asesinar niños. Hocus Pocus es una comedia infantil de 1993, que remite a los juicios y femicidios conocidos como las Brujas de Salem de 1692-93, en la entonces colonia inglesa de Massachusetts. El proyecto Blairwitch, terror psicológico estadounidense de 1999 sobre unos adolescentes que investigan la leyenda de la Bruja Blair, una mujer acusada de brujería y asesinada en 1785 acusada de cometer eventos paranormales durante los últimos 200 años. Hay series de televisión estadounidenses, que por fin mostraban a las brujas como mujeres buenas y con poderes, como Hechizada transmitida entre 1964 -1972 y Sabrina la bruja adolescente, en los consumistas años 90.
Estudié este tema en la materia “Historia Moderna” de la carrera de Historia de la Universidad de Buenos Aires, a cargo del profesor especializado en Caza de Brujas Fabián Canpagne. En esta materia analizábamos las distintas concepciones que había sobre el demonio, enemigo del dios cristiano, en la Edad Media; y luego en la Edad Moderna, cuando se produce la transición del sistema Feudal al sistema Capitalista. Se planteaba un análisis de la construcción discursiva ideada por demonólogos, inquisidores, teólogos, juristas y magistrados seculares, para entender por qué sucedió esta gran persecución y tantas muertes en la hoguera. Posteriormente el feminismo y la lectura de escritoras feministas, como Silvia Federici con su recomendadísimo libro “Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, me dieron otra visión de lo que fue la Caza de Brujas. Fue fenómeno histórico real de control y represión a la sociedad, particularmente una guerra contra las mujeres a lo largo de tres siglos. Particularmente Federici plantea que ni siquiera el marxismo estudió este tema con perspectiva de género.
Esta persecución masiva que se produjo entre el siglo XV y el XVIII, provocó más de 50 mil víctimas en Europa y Estados Unidos. Las culpaban de ser pecadoras, de hacer pactos con el demonio, de atraer todas las pestes que azotaban a las poblaciones del continente, como la peste negra, cuando en realidad había grandes problemas de saneamiento e invasión de ratas. Creo que la superstición es una consecuencia de las falencias intelectuales, justamente la Edad Media es un periodo histórico muy marcado por el oscurantismo y la superstición. La Doctrina Social de la Iglesia contribuyó al poder del sistema feudal primero y del capitalista después, moldeando las mentalidades de las personas.
Por otro lado, durante la conquista de América también se perseguía a rituales de los pueblos originarios para imponer el catolicismo. En la lucha por hacerse con el control del Perú, los visitadores eran, ante todo, exorcistas. Decían que el Nuevo Mundo había estado durante largo tiempo bajo el control de Satán, maestro del engaño, que había ejercido un dominio absoluto sobre los inocentes y fácilmente manipulables nativos. Ese era el discurso, una lucha épica en contra la indoblegable resistencia de Satán, en la que la Iglesia participaba de forma activa, cuando en realidad esa excusa permitió el dominio del Imperialismo, el genocidio de los pueblos originarios de nuestro Abya Yala y el saqueo de los recursos naturales, como el oro y la plata, o el desarrollo de las plantaciones con mano de obra esclava impuesto por una sociedad profundamente racista y eurocéntrica.
En 1560 surgió en Perú el movimiento nativo Taqui Onkoy, que predicaba en contra del colaboracionismo con los europeos y a favor de una alianza andina con el respaldo de los huacas (sus dioses) para terminar con la colonización. Como sostiene Steve Stern en “El Taqui Onkoy y la sociedad andina. Huamanga, siglo XVI” de 1982, quienes conformaban el movimiento creían que el abandono de sus dioses permitió la creciente derrota frente a los colonizadores que produjeron tanta muerte, por eso rechazaban la religión cristiana, además del pago de tributos y el trabajo forzado al que eran sometidos por los españoles. Consideraban que sus huacas destruirían a los españoles enviándoles enfermedades e inundaciones a sus ciudades. Pronto la respuesta vino del Consejo eclesiástico de Lima en 1567, que estableció que los sacerdotes debían extirpar las supersticiones, ceremonias y ritos diabólicos, arrestar a médicos, brujos y talismanes relacionados al culto a los huacas. La destrucción de las creencias de los pueblos originarios, se intensificó en el siglo XVI cuando fue acompañado por la caza de brujas, con las mujeres originarias como objetivo particular.
En el siglo XVI se produjo una profunda “revolución judicial” en Europa occidental, que claramente se impuso en América, a causa de las grandes transformaciones sociales y económicas. La privatización de tierras, el aumento de las rentas e incremento de los impuestos por parte del estado absoluto, produjo un gran endeudamiento que significó la expulsión de muchos campesinos, destruyendo poco a poco la aldea. Estos campesinos fueron desplazándose a la ciudad en busca de otras oportunidades, pero la mayoría terminaba en el vagabundeo. En este contexto el estado moderno con ayuda de la Iglesia (católica o protestante), experimentó métodos más eficaces de vigilancia y control social con el fin de “mantener el orden y la paz”, imponiendo leyes para promover el bien colectivo. A través de la tortura se podía obtener una confesión a falta de pruebas que incriminen al acusadx, y con las ejecuciones públicas, se logró atemorizar a todos aquellos que podían verse tentados de cometer ciertos delitos.
Según los datos aportados por el historiador francés Robert Muchembled en “Una historia de la violencia. Del final de la Edad Media a la actualidad”, las sanciones dictadas se aplicaban mayoritariamente a jóvenes entre 14 y 20 años, especialmente varones homicidas y muchachas infanticidas, procedentes del mundo rural. El infanticidio era uno de los crímenes femeninos más comunes, ya que por una situación de vulnerabilidad frente a embarazos no deseados, las jóvenes que se encontraban solas lo ocultaban y luego asesinaban a su hijo para evitar la deshonra o por la imposibilidad de hacerse cargo de la crianza. Claramente no se justifica el infanticidio, pero sí resalto que esos asesinatos no se cometían por hacer pactos con el demonio para azotar a la sociedad como se creía en aquella época, sino que se cometían por la situación de vulnerabilidad de las mujeres pobres. Convertirse en vagabundas o trabajadoras nómadas (muchas caían en la prostitución) las exponía a la violencia masculina que se profundizaba.
Además hubo acusaciones en contra de las mujeres sobre la moral sexual o cualquier actitud que ponía en tela de juicio las enseñanzas de la Iglesia, como cuestionar el valor de los sacramentos, la existencia de los santos y distintos aspectos del dogma. Por eso se reprimía a aquellas mujeres que desafiaban la estructura de poder, desde la hereje, la partera o la curandera hasta la esposa desobediente, la prostituta, la libertina, la adúltera o la promiscua. Bruja era toda mujer que practicase la sexualidad fuera de los vínculos de matrimonio y procreación, mujeres que utilizaban “pociones para la esterilidad” (métodos anticonceptivos) y que actuaban con “maleficia a través de sus hierbas para cortar al embrión”, en referencia al aborto. Las mujeres sabias que tenían conocimientos ancestrales de las plantas medicinales para cualquier tipo de dolencia, también eran condenadas en un momento en que la ciencia comenzaba a ser espacio exclusivamente masculino. Tengamos en cuenta que tampoco tenían acceso a la educación superior, mucho menos si se trataba de mujeres pobres.
El Malleus Maleficarum “Martillo de las Brujas” es el tratado más importante sobre la persecución de brujas, que después de ser publicado en Alemania en 1487 se difundió por toda Europa y tuvo un profundo impacto en los juicios. En este sentido citamos a Calibán y la Bruja, Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, de Silvia Federici:
La caza de brujas alcanzó su punto máximo entre 1580 y 1630, es decir, en la época en que las relaciones feudales ya estaban dando paso a las instituciones económicas y políticas del capitalismo mercantil. Fue en este largo “Siglo de Hierro” cuando, prácticamente por medio de un acuerdo tácito entre países a menudo en guerra entre sí, se multiplicaban las hogueras, al tiempo que el estado comenzó a denunciar la existencia de brujas y a tomar la iniciativa en su persecución.
La multiplicación de los castigos públicos fue parte importante de la revolución judicial del siglo XVI, siendo la forma más eficaz de “educar” la sensibilidad de lxs espectadores. Las muertes en la hoguera por acusaciones de brujería, fueron lecciones para las supervivientes, donde se construyeron los principios burgueses de feminidad y domesticidad que tan útiles le son a nuestra sociedad patriarcal. Mujeres que por temor a ser consideradas brujas o condenadas por la sociedad por puta, mala madre, rebelde; adoptaron un nuevo rol sumiso, obediente, pasivo y doméstico en el que el deseo sexual era sinónimo de vergüenza y culpa.
En este sentido Federici afirma que:
La caza de brujas fue también instrumental a la construcción de un orden patriarcal en el que los cuerpos de las mujeres, sus trabajos, sus poderes sexuales y reproductivos fueron colocados bajo el control del estado y transformados en recursos económicos. Esto quiere decir que los cazadores de brujas estaban menos interesados en el castigo de cualquier trasgresión específica, que en la eliminación de formas generalizadas de comportamiento femenino que ya no toleraban y que tenían que pasar a ser vistas como abominables ante los ojos de la población.
Bajo las nuevas leyes las mujeres casadas se convirtieron en una propiedad de sus maridos, y ni siquiera tenían autoridad sobre sus niñxs. Esta sociedad burguesa venera a la Virgen María como prototipo de mujer, que había quedado embarazada llevando a cabo su principal función de procrear, y sin haber tenido relaciones sexuales que representan el pecado. En este sentido es interesante la postura de la socióloga argentina Martina Kaniuka en su libro Eva Sueña, el vuelo de los gorriones:
La Virgen María se constituyó en la Argentina a través de los dispositivos y mecanismos desplegados por la Iglesia, en un modelo arquetípico para las mujeres humildes: se resaltan la castidad y la virginidad como símbolos de superioridad moral y la maternidad. María es el modelo de mujer perfecta en todos sus estados: es modelo de virgen, cuando se mantiene virginal e inmaculada, es modelo de esposa, cuando se mantiene casta y tierna, y es modelo de madre, cuando cría a Jesús.
Es uno de nuestros lemas, además de tantos otros como “No somos las putas que paren este maldito sistema”, “Nosotras movemos el mundo, ahora paramos”, “Ni la tierra ni las mujeres somos territorio de conquista”, “¡Ahora que sí nos ven, abajo el patriarcado que va a caer, arriba el feminismo que va a vencer! A pesar de imponernos tanto miedo durante siete siglos o más, las brujas hoy tenemos muy claro que para ser fuertes es necesario tejer redes con otras mujeres, en ese sentido, estamos más unidas y conscientes que nunca.