Publicado el 24/05/2020
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A lo largo de la historia, han emergido comunidades en las que entendían y ejercitaban la sexualidad y la relación entre los géneros de modo igualitario, sin imponer jerarquías ni tabúes, tal como hemos crecido y naturalizado les occidentales católicos.
Hoy hablaremos sobre la comunidad Trobiand, ubicada en Papúa Nueva Guinea, y abordaremos el lugar que ocupan los géneros en el área social, que históricamente han sido leídos bajo un prisma de desigualdad patriarcal, por lo que, propondremos adoptar una perspectiva feminista.
En las Islas Trobiand, el parentesco sigue únicamente la línea materna; de ella depende la adscripción al grupo familiar y la sucesión de los bienes y propiedades. El sentido de la matrilinealidad lo podemos encontrar en el orden de lo mítico. Cuentan que los espíritus de los muertos van a una isla lejana, allí se bañan y se rejuvenecen; a través de distintos ritos las mujeres atraen a esos espíritus que nadan de vuelta a las Trobiand y embarazan a las mujeres.
Ningún lector atente podrá obviar que en el mito de fecundidad, el hombre no cumple absolutamente ningún rol. Sin embargo, los relatos etnográficos de principios de siglo XX, expresan que la mujer apenas ocupaba roles comunitarios, más bien pasivos, como es el intercambio de la novia como una mercancía más con capacidad de ser trocada.
La forma de conocer diversas culturas ha estado influenciada por la única mirada androcéntrica del hombre investigador, y como consecuencia, genera baches de entendimiento sobre la dimensión social total de la vida en esta pequeña isla del pacífico. Por lo que, al retomar a la autora Annete Weiner, podemos recuperar el rol de las mujeres trobiandesas dentro de la comunidad. Weiner sostiene que si bien los hombres podían acumular prestigio y poder, cuando morían, estos atributos desaparecían con ellos. Su alma se retiraba a una isla cercana donde esperaba el momento de su reencarnación, para lo cual las mujeres debían realizar los rituales de concepción y procreación.
Entonces, son las mujeres quienes podían prolongar, ya no sólo la vida individual, sino la existencia misma del grupo. El poder de las mujeres se vinculaba de esta forma con el derecho a legar a sus descendientes sus tierras, costumbres, saberes e historias.
Encontramos una situación de dominación masculina a simple vista, pero si acercamos el lente y nos ponemos las gafas violetas para analizar diversas expresiones sociales y culturales, encontramos que las mujeres tenían un gran dominio de la horticultura, de la magia y la hechicería, reforzado por rituales de fecundación relacionados con la fertilidad y la vida política pública.
La sexualidad permea casi todos los aspectos de la cultura. En su sentido más amplio, es una fuerza cultural de doble influencia la de la familia de la madre que extrae la herencia y el poder y la del padre que lo eleva y alimenta. El marido comparte con la mujer los cuidados que deben darse a les niñes. Para la persistencia y la existencia misma de la familia, el hombre y la mujer son indispensables, por eso asignan a los dos sexos una importancia y un valor igual.
Les niñes gozan de gran independencia y libertad dentro de la isla. Se emancipan alrededor de los 12 años y pueden referirse a la vida sexual de sus mayores y asisten incluso a menudo a algunas de sus manifestaciones.
Para los trobiandeses, la castidad es una virtud desconocida. Desde la pubertad, varones y mujeres van al Bukumatula, una casa apartada donde se ejercitan las técnicas sexuales y donde los tabúes sexuales conocidos por los occidentales, no encuentran categorías que los representen. Todo matrimonio está precedido por un período largo de vida sexual en común en el que se someten a un código de honor especial, que la única imposición reside en el respeto sexual al otre.
Esto constituye una prueba de la profundidad de su compromiso y el grado de compatibilidad de sus caracteres. Durante este período de prueba, ninguna obligación legal incumbe a nadie. El hombre y la mujer pueden unirse a discreción y separarse si así lo deseen, sin castigo moral de la comunidad.
El acto sexual también respeta una ética: la posición adoptada permite a cada une de los conyuges una gran libertad de movimiento para participar activamente y la igualdad en el intercambio y la unión. Un hombre sólo eyacula una vez que la mujer conoce su primer orgasmo y el acto continúa hasta después de saciados los dos.
En conclusión, la vida social y sexual en las Islas Trobiand, nos muestran distintas formas de mirar y de pensar las relaciones entre los sexos, y ejemplifica la circulación del poder entre los géneros y lo que esas miradas pueden mostrarnos sobre sus costumbres y claro, por qué no, replantearnos sobre las propias con el ojo puesto en quitarnos aquellos estereotipos que en nada ayudan a nuestra salud sexual y mental.